martes, 26 de noviembre de 2013

Violencia Escolar.... Bullying

Violencia escolar

INTRODUCCION:

La violencia escolar es un concepto amplio que incluye todos los tipos de violencia ocurridos en el contexto escolar, entre ellos encontramos la violencia entre pares también conocida como matonaje escolar o bullying en la literatura internacional, encontramos además la violencia desde profesores a alumnos y de alumnos a profesoras, todas ellas poco estudiadas, que vemos cada vez con mayor frecuencia en la práctica clínica. En el contexto escolar también encontramos situaciones que transgreden las normas y leyes sociales, como son hurtos, robos, trafico de drogas, actos de destrucción de la propiedad pública y privada, todos estos hechos caen en la categoría de actos delictuales que no serán abordados en este cápitulo.
El término “bullying” fue utilizado por primera vez por Dan Olweus (1970), para referirse a una forma de violencia caracterizada por presentarse entre pares y que debe cumplir tres importantes criterios: (1) ser una conducta con intención de producir daño a otro de manera inencionada, (2) llevarse acabo en forma sistemática y repetida en el tiempo (3) en el contexto de una relación interpersonal que presenta un desequilibrio o abuso de poder (Smith; Cowie, 2002).

De esta definición se desprende que el fenómeno del matonaje escolar se enmarca dentro de un contexto más amplio: el problema social de la violencia. Es así como la traducción al español que más se acerca a la palabra anglosajona “bullying” es matonaje escolar, reflejando entonces, que el hecho central es un acto deliberadamente agresivo/violento hacia un otro.

La violencia escolar, específicamente, es un término que incluye todo tipo de agresividad y comportamientos antisociales que ocurre en el ambiente escolar, siendo el resultado de la compleja interacción entre el individuo, la familia y el contexto social. El matonaje corresponde a un tipo de las múltiples formas de violencia escolar que existen. Por esto, es importante entender que el concepto de matonaje y el de peleas entre pares, si bien están relacionados, no son sinónimos. Un problema puntual entre compañeros de similares características físicas y psicológicas no es necesariamente un acto de matonaje escolar, ya que para que éste se manifieste es necesario que el conflicto sea repetido en el tiempo y que haya un abuso de poder. Hay conductas del matonaje escolar que no son físicamente violentas y hay conductas violentas, como peleas ocasionales, que no corresponden al fenómeno del matonaje escolar.

En los países desarrollados el estudio del fenómeno del matonaje escolar ha ido cobrando cada vez mayor interés por parte de los sistemas educacionales y sanitarios, a la luz del conocimiento público de impactantes hechos como suicidios y homicidios en los establecimientos vinculados a este fenómeno. Los resultados de estos estudios han demostrado que este es un problema de salud mental que trae consecuencias a futuro para todos quienes están involucrados y la búsqueda de estrategias de prevención e intervención se ha convertido en una prioridad, tanto para equipos de salud como sistemas educacionales.

El conocimiento del fenómeno matonaje escolar en la población chilena es aún incipiente, sin embargo, los casos que han sido expuestos a la luz pública por medios de comunicación masivos han revelado que existe un problema que ha sido subvalorado tanto por los colegios, las familias como por las políticas públicas, planteándonos, a quienes trabajamos con niños y adolescentes, un enorme desafío a futuro.

La presente revisión tiene por objetivo la profundización y actualización de la información disponible sobre el matonaje escolar, tanto de literatura internacional como nacional, junto con una mirada a las estrategias de prevención e intervención desde un enfoque amplio, multisistémico y científico.

VIOLENCIA: UN PROBLEMA SOCIAL

La OMS define la violencia como: “El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o
comunidad, que cause o tenga muchas posibilidades de causar lesiones, muerte o daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (WHO, 2002).

En Estados Unidos la violencia es la mayor causa de muerte y discapacidad infantil y tienen la mayor tasa de homicidios juveniles del mundo. Aún más, según datos del ministerio de educación de ese país (1997), en los colegios ocurren cada año 188.000 ataques sin armas, 4.000 incidentes de tipo sexual y 11.000 ataques con armas (Sege, 2007).

Los factores de riesgo que se han asociado a conducta violenta se incluyen: aspectos biológicos; historia previa de peleas o lesiones relacionadas con la violencia; estilos de disciplina familiar de carácter violento; acceso a armas de fuego, abuso de alcohol y drogas; pandillas; exposición a violencia doméstica y abusos en la infancia; y la violencia en los medios de comunicación masiva(Brenner, 2001). Con respecto a la violencia en los medios, se sabe que la exposición a la violencia aumenta las interacciones agresivas entre extraños, compañeros de clase y amigos, así como la violencia hacia objetos; esta exposición tiene mayor efecto sobre los preescolares y es mayor en hombres que en mujeres. Esto cobra relevancia cuando sabemos que los niños pasan más de 21 horas semanales viendo televisión y el consumo de medios de comunicación se inicia antes de los 2 años. (Villani, 2001) y que los cuidadores rara vez actúan como mediadores ante los niños con el objeto de actuar como un filtro que les permita integrar de mejor forma la información que reciben.

Aún más, en un estudio efectuado en ocho países, en el cual se estudiaron más de 10.000 horas de televisión a diferentes horarios, durante tres años, se encontraron los siguientes resultados: 61% de los programas tenía contenidos violentos; 26% de las escenas tenía uso de armas; 38% de los actos era cometido por personas atractivas, lo que distorsiona la internalización de ciertos valores sociales y de la empatía; 75% de los agresores no evidenciaba remordimiento ni recibía crítica o sanción por el acto; 50% de las escenas de violencia no estaban asociadas a dolor; y en 41% de los casos la violencia se asociaba a escenas de humor (Kuntsche, 2006). Un estudio del Consejo Nacional de Televisión de Chile describe cifras muy similares a las encontradas en la literatura internacional.

La violencia y agresión en la televisión no es inocua; se asocia a conductas antisociales y se ha demostrado que sus efectos son: aprendizaje de conductas agresivas; desensibilización frente a la violencia; y, por último, temor a ser víctimas de la violencia (Wagman, 2004). Aunque sabemos que actúa solo como una variable secundaria ya que el principal elemento a la base tiene que ver con la calidad de la relación con sus cuidadores.


VIOLENCIA ESCOLAR
La violencia escolar se presenta como una forma de resolver conflictos interpersonales que puede darse: (1) entre alumnos (matonaje escolar), (2) entre profesores y alumnos, (3) entre profesores, y (4) entre apoderados y profesores. También deben incluirse dentro de la violencia escolar los actos de daño a la propiedad del establecimiento educacional y los actos delictuales, aunque éstos últimos tienen también una repercusión en la esfera judicial.

El concepto de ciber-violencia o violencia virtual se refiere a la forma en que los medios de comunicación, la prensa e internet, pueden favorecer la violencia, e incluso ejercerla sobre distintos grupos de personas, en este caso, sobre los escolares. Los niños y adolescentes vinculados al fenómeno de matonaje escolar usan los medios de comunicación como una otra de ejercer violencia hacia sus pares desde el anonimato.

La presencia de distintos tipos de violencia escolar es una realidad en múltiples poblaciones. A modo de ejemplo, un estudio de la UNICEF muestra que el 4% de los alumnos (séptimo básico a 4to medio) reportan que ha sido victima de amenazas, maltratos y abusos por parte de los profesores, inspectores o del director a veces o frecuentemente (Timeresearch y UNICEF, 2004).

Los resultados de un estudio del Instituto de Sociología de la Universidad Católica de Chile, sobre victimización juvenil en los colegios; mostraron que al 51% de los alumnos les han robado algo en el establecimiento escolar y 34% de ellos han sido molestados, estando solos, por un grupo en el colegio. (Opazo, 2004).

Las consecuencias de la violencia escolar son múltiples: primero, se produce una vulneración de los derechos a temprana edad; segundo, los niños victimizados disfrutan menos de ir a la escuela, tienen menos amigos y encuentran menos utilidad en lo que aprenden. Los comportamientos disruptivos en la sala de clase dificultan el aprendizaje y, por último, la violencia escolar constituye un factor de riesgo para el desarrollo de conductas violentas y otros comportamientos de riesgo en la edad adulta.

MATONAJE ESCOLAR

Se habla de Matonaje escolar cuando un alumno (o un grupo) más fuerte intimida o maltrata en forma repetida, intencionada y a lo largo del tiempo, a un compañero más débil o indefenso. Requiere que haya abuso de poder, repetición en el tiempo y que el maltrato se ejerza a través de diversas conductas, como amenazas, intimidaciones, agresiones físicas, aislamiento sistemático o insultos. Este fenómeno fue descrito por Dan Olweus en el año 1970, en Noruega. Actualmente, en Chile se ha demostrado que el 45% de los alumnos participa en un grupo que molesta a un compañero y 27% suele comenzar una pelea con otro compañero, según el estudio de la Universidad Católica (2004).

Este problema cobra relevancia cuando sabemos que los niños violentos tienden a seguir siendo violentos o abusadores en la edad adulta (a menos que medie una intervención efectiva que pueda interrumpir el circuito de violencia); se asocia con problemas en el trabajo y en la vida afectiva; son personas que tienden a ser abusivas en el trabajo (mobbing) y en la casa; las víctimas pueden presentar graves problemas emocionales, cuadros depresivos, cuadros ansiosos, trastornos del sueño, de la alimentación y psicosomáticos; los padres suelen consultar muchas veces al pediatra y se asocia con rechazo y deserción escolar. En suma, las secuelas tienden a permanecer en la edad adulta.

Las estadísticas describen una prevalencia de 8 a 46%. Cerca de un tercio de los de escolares de sexto a décimo grado de los Estados Unidos han ejercido matonaje escolar (13,0%), han sido víctimas de éste (10,6%) o han estado involucrados en ambas situaciones (6,3%) (2001). Asimismo, según Harris (2006), 20 a 30% de los estudiantes del equivalente a octavo básico a cuarto medio refieren ser actores del matonaje escolar, sea como víctima o como victimario. En el estudio chileno de paz ciudadana (2004), los resultados indican que 32% de los alumnos (niños y niñas entre 7 y 10 años) dice haber sido víctima de agresiones psicológicas e intimidación por parte de sus compañeros de escuela y de éstos, alrededor de 13% lo ha sido a veces o frecuentemente.

Existen varios tipos de matonaje escolar: maltrato físico, maltrato verbal, maltrato psicológico, maltrato social (exclusión), abusos sexuales o ciber-bullying; y la violencia puede ser ejercida tanto de un modo directo como indirecto. Lo importante es que en todos estos casos se impone la ley del silencio a los testigos: compañeros de curso, profesores, equipo de salud, inspectores, padres y autoridades que niegan el fenómeno y por lo tanto, no hacen nada para detenerlo, lo que los deja como cómplices de la dinámica. Cuando estamos frente a una situación de abuso de poder, no se puede pedir a un niño adolescente que es víctima de matonaje que deje de serlo de forma espontanea, él no tiene la capacidad para salir de la dinámica abusiva, por lo que se hace necesaria la intervención y participación de todos los involucrados, que permita detener el fenómeno y otorgar ayuda tanto al agresor como a la víctima para que logre resolver los conflictos de fondo que se encuentran a la base. Por otra parte, es probable que los niños agresores tengan psicopatologías que deberían ser diagnosticadas y tratadas y que sean también víctimas de violencia en sus familias.

Características de los agresores y las víctimas
Las víctimas suelen ser niños o adolescentes con alguna situación de vulnerabilidado discapacidad. Es frecuente que pertenezcan a algún tipo de minoría o que se desvíen del promedio en cualquier área (muy buenos alumnos, muy malos alumnos, características físicas, o psicológicas particulares o minorías sexuales o étnicas, etc.).
Se distinguen dos tipos de niños o adolescentes víctimas de matonaje. Víctimas pasivas, que suelen estar aisladas, tener pocos o ningún amigo, se muestran débiles, vulnerables, inseguros y con baja autoestima y, por lo general, no piden ayuda. Es el tipo de víctima más común, son sujetos inseguros, tímidos, inhibidos, poco visibles, que sufren calladamente el ataque del agresor; y las víctimas activas o provocativas, que son personas inquietas, impulsivas, provocadoras e impopulares; responden en forma agresiva cuando se les ataca y por lo general oscilan entre el estado de víctima y agresor. Es frecuente en niños con déficit atencional. Combinan ansiedad y reacciones agresivas, dando así una excusa para la conducta del agresor, ya que también actúan en forma violenta y desafiante (Olweus, 1998).

Los agresores por su parte, suelen tener un tipo de educación autoritaria en sus hogares, marcadas por creencias intolerantes, como el machismo y el racismo; muchas veces han sido víctimas de violencia, como castigos físicos, maltrato y abandono dentro de sus hogares. Suelen ser físicamente más fuertes y grandes que las víctimas; tienden a ser impulsivos, con pocas habilidades sociales e intolerantes con los que son distintos; en general se burlan de la debilidad; usan el dominio y el abuso como un forma de ganar poder y seguridad.

Existen diferencias de género: los hombres utilizan la violencia física con mayor frecuencia y en forma más grave que las mujeres, esto guarda relación con los estereotipos y la construcción de identidad masculina centrada en el “ser fuerte”; sin embargo, debido a la tendencia a igualar los roles, las mujeres han ido aumentando los comportamientos violentos, paralelamente al aumento en el consumo de alcohol y sustancias. Por otra parte, los hombres participan más en situaciones de violencia directa y las mujeres en situaciones de violencia indirecta, como hablar mal de otros, aislamiento, exclusión social, etc. En un estudio japonés se demostró que los hombres tienden a ejercer más la agresión física y las mujeres tienden a utilizar más las agresiones psicológicas y la exclusión social (Dao, 2006).

También existen diferencias en función de la edad: se observa un descenso continuo de las experiencias de victimización con la edad y en la adolescencia temprana existe mayor riesgo de violencia que en edades posteriores.

El agresor o bully tiende a ser hombre (3:1 hombre:mujer), su aspecto físico es más fuerte o apuesto y se han asociado con ciertas dimensiones de personalidad: establece una dinámica relacional agresiva y violenta con aquellos que considera más débiles y cobardes; tienen un temperamento agresivo e impulsivo; tiene falta de empatía hacia el sentir de la víctima y carece de sentimientos de culpa; tiende a ser provocador y tiene una imagen de si mismo como líder y sincero. (Olweus, 1994).

Los agresores son descritos como populares, con cierto status dentro del colegio; buscan reafirmase frente a sus pares y alcanzar cierto prestigio y posición social; esto coincide con el inicio del desarrollo puberal. Finalmente, se postula que tiene alta capacidad de teoría de la mente, lo que les permite darse cuenta de lo que le pasa a los otros y engañarlos para lograr beneficios y dominancia social (Peskin, 2007).

Se describe tres tipos de agresores: el agresor activo, que es el que agrede directamente a la víctima; el agresor social o indirecto, que dirige, a veces desde la sombra, el comportamiento de sus seguidores, a los que induce a actos violentos; y el agresor pasivo, que es el seguidor o secuaz del agresor.

Las víctimas tienen un aspecto físico más débil, que en ocasiones se acompaña de algún tipo de discapacidad o handicap; viven sus relaciones interpersonales con un alto grado de timidez, que a veces les lleva a retraimiento y aislamiento social; se autoevalúan como poco sinceros, es decir, tienen una considerable tendencia al disimulo; y tienden a ser sobreadaptados y poco asertivos (Cerezo, 2001).

Como ya ha sido señalado, hay múltiples reportes y trabajos acerca de las consecuencias de salud mental y social que tiene los actores involucrados en el bullying. Es ya conocido que los bullies, o agresores presentan mayores tasas de trastornos conductuales, abuso de sustancias, accidentes violentos, delincuencia, suicidio, depresión y negligencia parental en la edad adulta (Ireland, 2006). Del mismo modo, las víctimas presentan trastornos ansiosos, depresivos, de la conducta alimentaria, síntomas somáticos, rechazo escolar, suicidio y psicosis (Scheithauer, 2006; Wolke, 2001).

Dinámicas Familiares en el Matonaje Escolar

En cuanto a la dinámica familiar, las familias de las víctimas tienen altos niveles de sobreprotección, dependencia y apego al hogar; altos niveles de ansiedad e inseguridad; y un elemento muy importante, transmiten la creencia de que las respuestas pasivas y evitativas son el mejor método para la resolución de conflictos (minimización), de modo que siempre aconsejan ignorar los conflictos (“no les hagas caso, esto hay que ignorarlo”, o “no debe darte rabia, se indiferente”), lo que de alguna manera inhabilita a estos niños para enfrentar y defenderse de sus agresores. Los familias de los agresores, en cambio, tienen altos niveles de hostilidad y frecuentes conflictos parentales y parento-filiales; practican métodos autoritarios de disciplina; y habitualmente la violencia es transgeneracional (Cerezo, 2001).

En base a estos antecedentes resulta indispensable el trabajo familiar tanto en agresores como víctimas, con el objeto de mejorar los patrones interaccionales disfuncionales a la base de la dínamicas familiares, crear el clíma necesario para la resolución de conflictos en un ambiente de respeto y permitir una adecuada autonomía y diferenciación de los miembros.

Ciber Bullying

El ciber-bullying es un fenómeno que ha ido tomando dimensiones prácticamente ilimitadas, ya que se da a través de e-mail, celulares, mensajes de texto, correos electrónicos, páginas web personales, fotologs, messenger, facebook, twitter, etc. A través de estos elementos se produce una rápida difusión de los mensajes que llegan a ser vistos por la comunidad escolar completa en poco tiempo y que incluso puede difundir de manera global. Cada día aparecen nuevas aplicaciones que pueden llegar a ser mal utilizadas. La gran conectividad que existe en la actualidad, asociada a la brecha digital que existe entre jóvenes y adultos, con la escasa supervisión de estos por ”ignorancia” o desinteres” facilita la difusión de contenidos inapropiados y violentos y hace difícil su pesquisa y control. Hay algunas diferencias hay entre bullying y ciber-bullying: el primero tiende a ser directo; ocurre dentro del colegio; suele estar localizado en un solo establecimiento; los agresores suelen tener mala relación con los profesores, los que muchas veces conocen la situación, pero la ignoran; los agresores tienen mucho miedo a las consecuencias, que los expulsen del colegio, que les pongan anotaciones, que les llamen al apoderado, etc.; y el maltrato tiende a ser físico, verbal o no verbal. En cambio, el ciber-bullying tiende a ser anónimo; ocurre fuera del colegio, en una “realidad virtual”; es masivo; los agresores pueden tener buenas relaciones con los profesores e incluso ser buenos alumnos y pasar desapercibidos; existe temor miedo a perder los privilegios de la tecnología y las reacciones emocionales que esto produce aún no se han sido determinadas (Trolley, 2005). Se sabe que la gran mayoría de los individuos involucrados en las dinámicas de matonaje escolar usan las tecnologías y redes sociales como una forma mas de maltrato hacia sus compañeros.

ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN Y PREVENCIÓN

El primer objetivo de cualquier intervención en matonaje escolar es crear conciencia de que el problema existe, que tiene consecuencias y que debemos conocer la real dimensión que tiene en nuestra población.

Como toda intervención que se realiza en la infancia y la adolescencia, siempre se debe analizar el tema desde la perspectiva del desarrollo, para luego diseñar las estrategias de intervención según el momento del ciclo vital en que se presenta. Además se debe mantener una mirada sistémica y comunitaria para determinar las medidas de prevención a implementar tanto a nivel individual (neurodesarrollo, temperamento, psicopatología, construcción de la identidad), familiar, escolar y social. Todo esto, dentro del contexto cultural y comunitario, que estará influenciado, a su vez, por los medios de comunicación, la globalización y los cambios en las estructuras sociales.

Intervención clínica en bullying

Desde el punto de vista clínico, es raro que el matonaje escolar sea el motivo por el cual consulta un paciente, pero hemos visto que esto ha ido cambiando en el último tiempo donde son mas los padres y profesores que entienden que hay que intervenir en todos los niveles. Por lo tanto, el rol del clínico involucra 4 aspectos: estar atento a identificar a los pacientes que están en riesgo de entrar en la dinámica abusiva escolar; psicoeducación a la familia de dichos pacientes; pesquisa de co-morbilidad psiquiátrica, y a nivel de salud mental comunitaria, se debe asesorar y fomentar los programas de prevención de violencia escolar (Lyznicki, et al, 2004).

Para identificar a los niños en riesgo se debe prestar atención a los posibles signos del problema. No hay perfiles sintomáticos ni signos clínicos específicos de matonaje escolar. Se debe preguntar dirigidamente en caso de síntomas conductuales o somáticos inexplicables, ansiedad, inseguridad, baja autoestima, cambios de ánimo, dificultades escolares, dificultades en la interacción social o aislamiento, inicio de consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, autoagresiones o suicidio y rechazo escolar.

Existen grupos de particular riesgo, como los niños sobresalientes desde el punto de vista académico, “los nerd”, los obesos, los portadores de discapacidades evidentes o diferencias físicas (orejas grandes, nariz grande, pelo extraño, etc.) y las minorías en todo sentido, en especial los homosexuales y las minorías étnicas (Peskin, et al. 2007). Existe gran cantidad de evidencia de la asociación de obesidad y homosexualidad con ser víctimas de matonaje y de que la intervención apropiada puede minimizar los efectos inmediatos y a largo plazo en agresores y víctimas. (Griffiths et al, 2006; Janssen et al, 2004)

Con finalidad de estudio y pesquisa del fenómeno en grandes poblaciones se han desarrollado un sinnúmero de encuestas y cuestionarios para detectar a los individuos que están siendo víctimas y a los que están utilizando la violencia contra sus pares (Lyznicki, 2004). Ninguno de éstos se encuentra actualmente validado en Chile y sólo una en el idioma español (Preconcimei, Avilés, 2002. Adaptado de Ortega, Mora-Merchant y Mora), que ha sido adaptado y usado por nuestro grupo e investigación en varios estudios.

La psicoeducación tiene como objetivo que la familia tome conciencia de que existe este problema y lo entienda; por lo tanto, se debe explicar las consecuencias que puede tener; se debe aconsejar a los padres que discutan el problema con el colegio; y se deben entregar estrategias para manejar las situaciones y dar respuestas adecuadas y asertivas frente a la violencia. Las familias de los agresores y las víctimas deben entender y asumir que son ellos mismos los que deben realizar cambios al interior de estas, para ayudar a sus propios hijos y en consecuencia detener el maltrato y no seguir pensando que el problema es de los otros. Debemos invitar a los padres ha realizar una mirada al interior de las dinámicas familiares y detener los patrones de interacción destructivos que ocurren al interior del núcleo familiar.

La presencia de co-morbilidades psiquiátricas tanto en agresores como víctimas es frecuente y, por lo tanto, el diagnóstico y tratamiento de ellas es muy importante. En los agresores es importante evaluar la presencia de: trastornos de conducta y desarrollos anormales de personalidad, abuso de sustancias, síndrome déficit atencional y trastornos del aprendizaje. En las víctimas hay que considerar posibles trastornos de ansiedad y depresivos, mereciendo especial consideración el riesgo de suicidio, que también ha sido asociado a matonaje escolar en diversos estudios. (Kaltiala-Heino R, et al, 1999; Brunstein, 2007).

Estrategias de prevención del bullying

Como consultores en los colegios y en otros grupos comunitarios, los psiquiatras, psicólogos, pediatras, médicos generales y otros profesionales de la salud, tienen el deber de comunicar sobre el riesgo potencial de la violencia entre pares, con énfasis en la importancia de entregar a los niños en desarrollo, ambientes de contención, donde se valore el cuidado mutuo, el respeto y la diversidad. Asimismo, los psiquiatras deben fomentar programas de intervención y prevención escolar, cuya validez y efectividad se haya demostrado científicamente, según edad, necesidades evolutivas y capacidades.

Debe hacerse énfasis en prevención primaria e intervención temprana, con foco en: habilidades sociales y cognitivas, técnicas resolución problemas y manejo de rabia y frustración. Es esencial un adecuado entrenamiento parental que orientado a la necesidad de supervisión y protección, mantenga reglas apropiadas y consistentes de disciplina y modelaje de conductas prosociales. Es también preventivo, fomentar a sociedades médicas a participar en esfuerzos locales y nacionales que enfrenten matonaje escolar, junto con apoyar la investigación, educación, entrenamiento, intervención y políticas públicas relacionadas con el tema.

La prevención de la violencia escolar tiene elementos generales, que se aplican a la prevención de la violencia a todo nivel y que son aquellos orientados a potenciar los factores protectores y disminuir los factores de riesgo. La potenciación de factores protectores se logra con: fomento de relaciones familiares cálidas y empáticas; utilizar modelos parentales no violentos; fomentar el desarrollo de grupos de pares positivos; lograr adecuada autoestima, confianza y asertividad y aprender a manejar en forma adecuada la rabia, permitiendo y validando una sana expresión de esta, así como estrategias de solución de conflictos. La disminución de los factores de riesgo se logra estimulando la participación en actividades socialmente aceptadas, con fomento de “habilidades para la vida”; regulando la exposición a medios de comunicación violentos, con limites y supervisión, entregar a los hijos estrategias de autocuidado respecto al uso de internet y discutiendo esto dentro del hogar; y regulando el acceso y disposición de armas, en los lugares en que esto es un problema, como en los Estados Unidos.

La prevención también tiene aspectos específicos. En primer lugar, se debe considerar los aspectos relevantes según el nivel evolutivo: preescolar, escolar y adolescencia. En el RN a los 4 años es importante enfatizar en adecuadas técnicas parentales, seguridad ambiental, manejo conductual y disciplina libre de violencia, la cual tiene un efecto comprobado a corto plazo. En escolares se debe siempre mantener psicoeducación y consejería sobre armas de fuego, exposición mediática y a violencia.

Finalmente, los padres de adolescentes deben saber que la mayoría de lesiones por violencia ocurren en peleas entre amigos o pares, que los niños deben aprender a no entrar en peleas, que los padres deben conocer amigos de sus hijos, que los adolescentes inician conductas riesgosas en tiempos después del colegio y fomentar participación en actividades supervisadas por adultos. Además se debe hacer énfasis en el hecho que llevar armas fomenta conducta impulsiva y aumenta riesgo de lesiones.

En el adolescente, siempre se debe considerar que el matonaje y la violencia en general, se enmarcan dentro del gran rubro de las conductas de riesgo adolescente, junto al consumo de sustancias y a las conductas sexuales de riesgo. Recordemos que las conductas de riesgo adolescente se asocian y potencian entre ellas, creando clusters o perfiles de riesgo (Sege R, 2007). El conocimiento de estos perfiles permitirá estratificar y diseñar las estrategias de intervención y de prevención más adecuadas para cada paciente.

En adolescentes de bajo riesgo: se puede reforzar y fomentar la evitación de lugares y situaciones peligrosas, junto con el uso de estrategias de solución de conflictos no-violenta. En adolescentes de riesgo moderado se debe psicoeducar sobre la realidad del riesgo del daño: toma de conciencia que permita moderar la omnipotencia propia de la edad. Enseñar técnicas de difuminación de situaciones tensas o conflictivas. Anticipar éstas situaciones y posibles soluciones apropiadas y permitir la autoevaluación de la propia conducta y riesgo. Por último, los adolescentes de alto riesgo es importante hacer un pesquisa de problemas de salud mental y psicopatología, seguimiento y fortalecimiento de las redes de apoyo, realizar un trabajo específico sobre la conducta violenta y toma de conciencia de consecuencias. (Sege R, 2007).

En suma, el problema de la violencia entre pares requiere de un plan de prevención amplio de salud pública que incluya dimensiones amplias tanto de lo individual, familiar, escolar y comunitario.

Prevención e intervención escolar

Surge entonces, la necesidad de abordar el problema en el contexto donde se produce: la escuela. Se ha trabajado mucho en intervención dentro del ambiente escolar propiamente tal; sin embargo, los colegios, en la actualidad, enfrentan varios problemas: un aumento en la frecuencia e intensidad de los problemas conductuales de los alumnos; los sistemas escolares de disciplina son poco claros y se aplican en forma inconsistente, más bien caso a caso; los educadores aplican intervenciones en crisis para resolver problemas conductuales crónicos; se les solicita a los profesores que enseñen y se focalicen en lo académico, aun cuando los adolescentes presenten serios problemas conductuales; finalmente, las mallas curriculares dejen poco tiempo para entrenar a los niños en habilidades sociales y recibir retroalimentación sobre ellas y se centran sólo en entregar información. (Sugai, 1997). Es necesario un abordaje integral de los problemas escolares que permita que los estudiantes logren los mayores y mejores beneficios en el amplio sentido de la palabra, para lo que se requiere una visión mas integral y sistémica de la educación.

Además de esto, tal como los padres tienden a minimizar el problema, los colegios también, con base en una serie de mitos que existe en torno al matonaje: “En nuestro colegio no hay maltrato”, “Hay que aprender a manejarse en la vida; no se puede “malcriar” a los niños; el maltrato forma el carácter”, “Fue una broma, no ha pasado nada; los niños son así.” , “Se lo merecían”, “es mejor ocultarlo para no dañar la imagen del colegio (“es un caso aislado”). “Los profesores saben como manejar estas situaciones, es parte de su trabajo” .

Un estudio conjunto del Servicio Secreto y del Departamento de Educación de los Estados Unidos (Safe School Initiative Report, 2002), que se realizó con el objetivo de evaluar la magnitud del problema del matonaje en sus colegios, encontró que la mayoría de los estudiantes no comunican a las autoridades que son víctimas o testigos de matonaje. Esto es porque dos tercios de las víctimas siente que el “colegio” responde pobremente y sólo 6% opina que los profesores actúan en forma consistente (Hoover et al., 1992). Además, a juicio de los alumnos, sólo 35% de los profesores y 25% de los administradores están interesados en detener la violencia escolar (Harris et al., 2002).

Hasta la fecha, lo que han hecho las escuelas para intervenir ha sido ampliar la gama de las consecuencias aversivas, haciendo más consistente el uso del castigo y aplicando suspensiones intra colegio. Han desarrollado políticas de tolerancia cero; han aumentado las sanciones y las medidas de expulsión o exclusión. Además, en los Estados Unidos se han contratado guardias y se han instalado detectores de metales y cámaras de seguridad, todas medidas restrictivas que han demostrado ser ineficaces.

Se ha demostrado que las medidas de menor eficacia para prevenir e intervenir en matonaje escolar son “tolerancia cero” (expulsión); resolución de problemas o mediación por pares mal entrenados; terapia de grupo para niños que abusan; soluciones simples y de corto plazo. Se ha demostrado que la exclusión, que es la respuesta más común para niños con trastornos conductuales violentos, ha demostrado ser absolutamente inefectiva (Lane y Murakami, 1987). Se sabe que castigar problemas conductuales sin una política que sustente al sistema escolar se asocia a aumento de violencia, agresión y deserción escolar (Mayer, 1995; Mayer & Sulzer-Azaroff, 1991); fomenta el control externo; refuerza la conducta antisocial; debilita la relación entre el niño o el joven y el adulto; y debilita la relación entre programas de salud y educación.

De acuerdo a las investigaciones, las respuestas más efectivas a los problemas conductuales son: entrenamiento en habilidades sociales, seguimiento de casos en el largo plazo, reestructuración académica y curricular e intervenciones conductuales (Gottfredson, 1997; Lipsey, 1992; Lipsey & Wilson, 1993; Tolan & Guerra, 1994). Finalmente, lo más útil para prevenir el matonaje escolar es hacer un cambio global en el clima escolar y en las normas de conducta, lo que requiere un esfuerzo amplio, que involucre a toda la comunidad escolar y a toda la comunidad, en general (Adaptado de Roy Mayer (2001) California State University, Los Angeles, USA).

Prevención secundaria de la violencia escolar

Debido a la magnitud que ha alcanzado el problema en países como Estados Unidos con los casos masivos de violencia escolar (Columbine, Virginia Tech), este tema ha sido motivo de continuas investigaciones con el objetivo de desarrollar programas para la prevención de violencia. Sin embargo, en 1996 la OMS declaró a la violencia como un importante problema de salud pública y solicitó el uso de un enfoque científico para la prevención de violencia (Krug, 2002). “Las escuelas de USA están utilizando miles de programas para la prevención de violencia sin comprender totalmente su efectividad” (Surgeon General, 2001). Se han desarrollado una gran cantidad de programas escolares de prevención de violencia. Tanto para prevención primaria (para todos los niños que asisten a la escuela) como secundaria (niños que presentan o amenazan con presentar comportamiento agresivo). Dentro de esta gama amplia de programas, parece importante identificar los programas más efectivos (Mytton J, 2007).

Recientemente se realizó un metaanálisis cuyo objetivo fue justamente examinar el efecto de los programas escolares de prevención de violencia en los niños agresivos, en el que se incluyó a 56 estudios, de los cuales en 51 comparaban intervención vs placebo y el resto dos intervenciones entre sí. Lo primero a destacar es que solo 36 de los 56 estudios tenían datos apropiados para la inclusión, lo cual nos permite la reflexión acerca de la pobre metodología utilizada en general en estos estudios.

Para efectos del metaanálisis, se agruparon las intervenciones según el foco de entrenamiento predominante en dos grupos: habilidades de no respuesta a situaciones provocativas o habilidades de relación y otras intervenciones relacionadas con el contexto social. Las mediciones de resultados (outcome) fueron tres: el grado de conducta agresiva, respuestas escolares a los actos violentos y lesiones violentas. Los tres se midieron a corto, mediano y largo plazo (1 año). Entre las habilidades de no respuesta a situaciones provocativas se incluye: estrategias de resolución de conflictos; manejo de la rabia y el estrés y técnicas de relajación. Entre las habilidades de relación y otras intervenciones relacionadas con el contexto social se entrena en el logro de: buenas relaciones familiares y sociales; buenas relaciones con los pares; habilidades prosociales; empatía y mediación de pares (técnica más utilizada).

Los resultados concluyen que: (1) los programas producen efectos beneficiosos moderados (mayor que el azar: -0.41. IC 95%; -0.56 a -0.26) : si 50% de los niños de un grupo control demuestra comportamiento agresivo, 30% lo presenta en el grupo de intervención. (2)Las intervenciones diseñadas para mejorar las habilidades de relación o sociales son más eficaces que las de no respuesta a situaciones provocativas. Las estrategias van orientadas a como desarrollar buenas relaciones y llevarse bien con los demás; escuchar, aprender a responder en forma positiva a los sentimientos propios y de los demás; entender como el propio comportamiento afecta la manera en que otras personas se relacionan con uno mismo; cómo trabajar en forma cooperativa con otros o como re-afirmarse de manera constructiva. (3) Los beneficios se mantienen a los doce meses y se aplican tanto a grupos mixtos como solamente varones (Mytton J, 2007).

Los modelos de intervención escolar cuya eficacia se ha comprobado en forma científica son aquellos que han sido diseñados por los autores que han definido y estudiado a cabalidad el tema del Bullying en todo el mundo. Uno es el modelo noruego de Olweus (1993) y el segundo es el modelo inglés (Peter Smith, Proyecto Sheffield, 1994). Ambos métodos son muy similares, se han ampliado a casi todos los países europeos, tienen sistemas de desarrollo y evaluación rigurosos y son los que han mostrado mayor éxito en la reducción de violencia escolar (Informe del defensor del pueblo sobre violencia escolar, 1999).

Se encuentran marcados paralelismos entre ambos modelos. Ambos defienden el tratamiento colectivo e individual de los alumnos implicados. La prevención e intervención se amplía a los distintos espacios del establecimiento, implica mejoras en la estructura física del centro y hay participación del alumnado. Los aportes más importantes son: poner de manifiesto la amplia dimensión que deben tener los programas de Prevención/Intervención del matonaje escolar, obliga a los actores sociales a crear múltiples estrategias paralelas de revisión de las relaciones interpersonales y de poder (con un menor énfasis en la disciplina), involucra una intervención comprensiva que atiende a la recuperación del que comete agresión, así como de la víctima.

Olweus centra la intervención en 4 niveles de concreción:

- Pensamiento colectivo: toma de conciencia e implicancia

- Medidas de atención dentro del centro: jornadas escolares de debate, mejoría de vigilancia durante el recreo y horas de comida, zonas más atractivas ocio y mejoras del ecosistema escolar, teléfonos de contacto, reuniones de padres y personal escolar, círculos de padres y grupos de profesores preocupados del ambiente social, entre otros.

- Medidas de aula : normas de la clase contra las agresiones; claridad de sus enunciados, elogios y sanciones; reuniones de clases regulares; juegos de estimulación; aprendizaje cooperativo; actividades de clases comunes positivas; etc.

- Medidas individuales: hablar seriamente con agresores, víctimas y padres implicados; uso de imaginación por parte de adultos; apoyo a alumnos “testigos”, apoyo de alumnos neutrales; grupos de debate, apoyo e información a los padres, entre otras medidas.

El modelo Sheffield añade, a estas mismas categorías, detalles de procedimiento para llegar a desarrollarlas e incorpora nuevas medidas que dan mayor protagonismo a los alumnos. En este modelo se incluyen entre otras medidas: la creación de un reglamento del centro frente a estos temas, obtención constante de datos fiables de la magnitud del problema específico de ese establecimiento, introducción de estrategias curriculares facilitadotas del tratamiento del problema, trabajo directo con alumnos en conflicto, mejora condiciones de supervisión de espacios de recreo.

Por lo tanto, haciendo una síntesis de las intervenciones escolares más relevantes que incluyen estos modelos sería: (Informe del defensor del pueblo sobre violencia escolar, 1999):

 Crear un código o reglamento específico sobre el abuso entre iguales al interior de cada escuela. (esta medida se ha implementado como norma obligatoria de los establecimientos educacionales en todo el Reino Unido). Este código debe tipificar y sancionar las formas de ejercer la violencia entre los pares.

 El proceso para llegar a este código debe ser el resultado de un consenso entre todos los estamentos de la comunidad escolar: profesorado, alumnado y familias.

 Esto favorece la participación activa de todos los miembros de la comunidad educativa y tiene un carácter formador, más allá de lo informativo.
 Intervenciones a todo nivel: colegios, salas de clase, recreos, pasillos, camarines, etc.

 Además incluyen métodos de intervención individualizados frente a problemas especificos, tipo mediación o disuasorios, de modo que los alumnos que están siendo víctimas o que presenten un conflicto con un compañero tengan herramientas o estrategas de solución. A este nivel el modelo noruego incluye métodos coercitivos sin rechazar por ello el diálogo como canal de resolución de conflictos y el modelo inglés
se centra en estrategias de entrenamiento de habilidades sociales tanto para victimas (mejorar asertividad y autoestima) como agresores (trabajo por el desarrollo de empatía).

 Incluyen una lista de métodos de mediación o disuasorios como formas de resolución de conflictos entre pares y la explicación de la técnica apropiada para implementarlos (Pikas, No-Inculpación, Medicación de pares, entre otros). 
La idea central a la base de estos métodos es el énfasis en la ayuda a los compañeros que sufren, sin recurrir a los métodos punitivos.

Estrategias específicas para prevención del ciber-bullying

Por sus características, el manejo del ciber-bullying es aún más complejo y se debe enfrentar tanto a nivel de políticas públicas como a nivel de colegios, padres y comunidad en general. El más difundido es el “plan ampliado” (Willard, 2005), que incluye estrategias para los colegios como desarrollar políticas con respecto al mal uso de la tecnología y capacitar al personal escolar para monitorizar el uso de Internet, estrategias para los padres como discutir sobre el ciber-bullying y supervisar y aumentar el monitoreo efectivo del uso de Internet; y para la comunidad en general, cambiar las normas sociales con respecto al ciber-bullying, otorgar a la víctima conocimiento sobre cómo prevenir y responder y desalentar a los agresores.

En término generales, lo más importante en la intervención en ciberbullying es lograr sacar del anonimato a los agresores.

Entre las estrategias de intervención en ciber-bullying dirigidas a los estudiantes, se incluyen las siguientes: guardar la evidencia; evaluar el riesgo de la amenaza; evaluar las opciones de respuesta: comunicar el hecho a las autoridades del colegio, si corresponde, o al sistema judicial, en caso de amenaza de violencia grave; se debe entregar apoyo a la víctima si la amenaza no es grave, aunque no haya medida disciplinaria; se debe identificar a los responsables; buscar estrategias informales de resolución, entre ellas, contactar a los padres del agresor y dar asistencia o sugerir consulta legal, mediación y/o apoyo psicológico. Nunca olvidar dar apoyo también al agresor.
Entre las estrategias de intervención en en ciber-bullying dirigidas a los profesores, se cuentan: evaluar la situación, amenaza y consecuencias; y actuar según evaluación.

SÍNTESIS Y REFLEXIÓN FINAL

El fenómeno del matonaje escolar no es algo nuevo ni aislado que surge de súbito en nuestra sociedad. Muy al contrario, se enmarca dentro de un contexto social más amplio y también conocido: la violencia y el abuso de poder. Lo que ha ocurrido es que a través de la exposición mediática de alarmantes casos que involucran violencia escolar (sabemos que los medios de comunicación tienden a magnificar la violencia juvenil) es que tanto los actores de salud mental infanto-juvenil como educacional han puesto interés en el conocimiento del fenómeno y su caracterización, de tal modo de poder intervenir. Como ya ha sido señalado, en un país como el nuestro la primera etapa y paso central en la intervención y prevención, es el poder reconocer el matonaje escolar como un problema que atañe a distintos actores sociales y que trae consecuencias en el desarrollo de los niños y adolescentes. Para esto es fundamental que todos los profesionales de salud mental infanto-juvenil, podamos ser fuente de información y conocimiento frente a estos temas con una base científica adecuada, más allá de la habitual cobertura superficial “del tema de moda” que solo alarma a familias y colegios y que no aporta a la búsqueda de un mejor camino para el desarrollo sano e integral de los niños o jóvenes que serán la sociedad del futuro.

Esta revisión intenta sintetizar la información disponible en la literatura científica acerca del tema de la violencia entre pares, la psicopatología asociada y las consecuencias pisco-sociales, junto con una mirada amplia y crítica a los programas intervención y prevención existentes. Nos parece que esto constituye el primer paso para el desarrollo de nuevas investigaciones, a nivel nacional, de la magnitud del problema y los distintos métodos de cómo estamos enfrentando la violencia en las escuelas. Sólo a través de este conocimiento, podremos llegar a un análisis de soluciones efectivas para nuestra realidad nacional.

Por último, es importante destacar que así como la violencia intrafamiliar, la violencia escolar es también un problema social amplio que no puede ser reducido o minimizado bajo una mirada exclusiva desde la salud o de educación. Sino que requiere la integración de
distintos sistemas que van desde las políticas públicas (salud, educación, social, planificación) hasta el individuo en todos sus aspectos (bio-psico-social).


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